Roma era el imperio, el centro del mundo. En torno a él giraban todas las colonias. Palestina era una de ellas. Sojuzgada, siempre descontenta, problemática, en ebullición constante. Repleta de sectas e ideas contradictorias que el imperio aceptaba con indiferencia y desdén. Sin embargo, los judíos acariciaban en secreto una ilusión: la llegada de un salvador que los liberara del yugo romano. De allí que las calles de Jerusalén estaban llenas de profetas, salvadores, mesías, elegidos y chiflados que hablaban de los nuevos tiempos que estaban por venir. Había muchos, pero solo uno llegó hasta el final y cambio la Historia de un solo tajo. Su nombre...Yeshua Ben Mariam.

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